domingo, 2 de mayo de 2010

CONCLUSIONES DE LAS IX JORNADAS ESTATALES DE EDUCACIÓN Y SEGURIDAD VIAL

Las Jornadas inician destacando la Importancia del currículum, que define:

-A quien enseñar

- Qué enseñar

- Cuándo enseñar

- Cómo enseñar

Del cómo enseñar, se desprende un “con qué enseñar”, que es el que define los recursos que usamos para ello. Debemos elegir unos recursos didácticos acordes y coherentes con los objetivos y las finalidades educativas, y siempre supeditados a ellos, recursos que deben ser evaluados convenientemente.

Debemos también usar la máxima variabilidad de recursos, tanto personales como experimentales directos, estructurales, bibliográficos o del entorno.

Asimismo, hay que hacer un esfuerzo para ser creativos y usar metodologías que faciliten que la gente se implique en su proceso formativo, tales como los juegos de mesa (estela vial), el teatro, donde no sólo “vemos” el teatro si no conseguimos que los participantes sean los propios protagonistas, o los juegos de comunicación, rompiendo así con el aprendizaje tradicional. La educación vial, como se ha dicho en estas jornadas, no es para escucharla, es para que el participante sea su protagonista, es para vivirla.

Elegiremos por tanto aquellos recursos y metodologías que permitan desarrollar las competencias social y ciudadana en todo lo largo de la escolaridad, para preparar un adulto insertado pero crítico, cívico, solidario, competente en la movilidad segura.

Para que eso sea posible, hace falta que dejemos atrás una concepción reduccionista de la educación vial, centrada exclusivamente en la edad escolar.

Es importante, por no decir imprescindible, llegar no sólo a la educación formal, sino también a la educación no formal, e incluso a la informal.

Dentro de la educación formal, debemos extender nuestra acción a las distintas etapas educativas, que deben incluir necesariamente para poder hablar de prevención de la siniestralidad, a la educación superior, sea ésta universitaria o no.

La educación vial puede apoyarse también en otras iniciativas, en otras educaciones, que trabajen igualmente la competencia social y ciudadana.

Lo cierto es que se nota el trabajo que se lleva realizando en los últimos años, trabajo sistémico que en su globalidad ha conseguido el descenso de la mortalidad en nuestro país. No olvidemos que se trata de una verdadera pandemia que mata a 1.200.000 personas al año en el mundo.

Hay que acabar con el sentimiento de resignación ante ello, y darse cuenta que el cambio es posible, y acercarse cada vez más a la todavía utópica visión cero. Para ello, es imprescindible trabajar en la mejora de las vías, la mejora de los vehículos, y, por descontado, el cambio actitudinal de las personas.

Nada de ello será posible sin sumar las iniciativas de todas las entidades públicas y privadas, que deben permitir no sólo una educación vial sino también la actualísima reeducación vial.

Eso impilca llegar a la consciencia que la educación vial no debe ser aislada, sino que debe convertirse en un proyecto integral.

Esto nos acerca a una visión desde la educación permanente, que afecta a todas las edades y a todos los ámbitos de la vida.

A la luz de la educación, la multa no es más que un fracaso del sistema.

Grupos prioritarios donde centrar nuestra intervención son los niños y los mayores, pero también los adultos en el mundo laboral (accidentes in itinere y en misión).

Trabajar desde una misma visión a través de la formación es sólo posible cuando se comparte un modelo, una estrategia, un modo de ver la realidad y la educación vial. Para que ese modo conjunto se desarrolle, es imprescindible el trabajo en la formación de formadores. Una de las herramientas innovadoras de esta formación puede ser el Coaching, que permita al formador un mayor desarrollo autónomo de todas sus potencialidades. También el trabajo de formación de formadores debe ser, básicamente un trabajo actitudinal, como el que debemos hacer en la educación vial.

Hace falta conocernos más, saber qué hacemos desde las distintas instancias e instituciones, compartir conocimiento para optimizar el esfuerzo y la rentabilidad de nuestras estrategias, una educación vial que nos permita el beneficio mutuo y la concienciación de la sociedad para conseguir una movilidad segura.

La educación vial, por tanto, se encuadra en la Educación para la salud. La educación para la salud implica elegirse, escoger la calidad de vida, respetarse y respetar a los otros

El comportamiento vial implica un proceso de toma de decisiones, proceso que se realiza en un contexto cultural. No podemos abstraernos de ese contexto, de tal manera que tendemos a adecuarnos a él. Es aquel refrán que dice “donde fueres, haz lo que vieres”.

Hay que aprender, por tanto, que podemos influir a los otros con nuestro comportamiento positivo, y que debemos aprender a resistir la presión social que nos pueda llevar a comportamientos inseguros.

Para ello, es necesario tener una adecuada percepción del riesgo así como un nivel suficiente de consciencia tanto de los motivos internos que nos llevan a tomar una decisión como de nuestras capacidades reales para ejecutar un comportamiento seguro.

El cambio individual es necesario, pero no podemos ni debemos conformarnos con ello. Debemos trabajar por una cultura vial responsable.

La Comisión Organizadora

IX Jornadas Estatales.

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